Celebridades-En La Vida de los Artistas



EL 22 DE JULIO DE 1978 FALLECE EL JUGLAR DEL MAGDALENA JUAN MANUEL POLO CERVANTES-JUANCHO POLO VALENCIA







Por Freddy Oyola Barcelo
Canal TV Series





Para las fiestas patronales de Aracataca de 1978, no había acordeonero o intérprete del vallenato que se atraviese a plantarle tema a Juancho Polo Valencia. Fue la sensación de esas festividades, aunque todos se lamentaban por la forma descontrolada como el apreciado juglar tomaba con desprecio su propia vida en cada sorbo de licor.

Carmen Carmona la esposa de Sebastian narra: “Sabíamos que estaba en Aracataca por las noticias de la radio. Pero él se había ido una semana antes sin decir a donde iba. Por eso, cuando llegó ese 21 de julio a las diez de la noche, no nos causó impresión, aunque mandó a llamar a Sebastián enseguida”.

Juancho llegó silencioso, estaba sobrio, pero se le notaba agitado y preocupado. Se instaló en su habitación frente a la casa de su hijo y lo mandó a llamar con uno de sus nietos.








“Yo estaba leyendo una revista y llegué pronto. Mi papá me miró con un inmenso amor y me entregó su acordeón como jamás lo había hecho. Me dijo ve a la parranda de la familia cantillo y regresa. Me dijo que lo reemplazara, no que lo acompañara; por eso, aunque todos sabían que yo soy Sebastián, el hijo, esa noche, imité su voz y canté sus canciones como sólo él lo sabía hacer”, rememora. Y prosigue: “Esa noche sentí a mi padre en el pecho. Me fue muy, pero muy fácil lograr su tono de voz, parecía muy natural en mí. Cuando ya iban dos tandas, le dije a los asistentes que yo quería presentar mis canciones, pero no me hicieron caso. Me pidieron nuevamente Alicia Adorada, El Duende, El Pájaro carpintero, y así se terminó la parranda”, agrega.

Sebastián llegó a la casa a las dos de la mañana y se acostó. No quiso molestar a su padre y pensó: “Mejor le cuento mañana que me fue muy bien”, relató. A las cinco en punto de la mañana Carmen Carmona despertó a Juan, uno de sus hijos, y le puso una enorme taza de café tinto caliente en las manos: “Vaya y llévele a su abuelo”, le ordenó. El joven cuenta que llamó varias veces al anciano, pero no recibió la respuesta acostumbrada: “Ya va, ya va”. Preocupado, empujó la puerta de madera, que estaba asegurada al marco por un lío de alambres entorchados y metió su mano hasta alcanzar la punta de la hamaca, en la que sobresalían los pies de Valencia y la empujó. “Mami, mami, mi abuelo está muerto, porque esa hamaca está muy pesada y él no se mueve ni responde”, le dijo angustiado el joven a su madre.





Andrés Pérez, el guacharaquero de Sebastián, escuchó al niño y atravesó corriendo la calle sin pavimentar que separaba la habitación del juglar con la casa de los Polo en esa invasión. “Le pegó una patada a la puerta y la hizo volar. El viejo estaba muerto en su hamaca. Serenito, como si estuviera durmiendo.

Edgardo de León regaló el cajón y fue enterrado en una bóveda prestada a los dos días de su muerte, en medio de una gran multitud.





Pero Juancho ni aun en la muerte pudo descansar, fue enterrado en una bóveda prestada en el cementerio San Rafael. A los dos años, el propietario de la bóveda falleció y en la víspera del velorio se hizo urgente sacar los restos del ocupante temporal. Sebastián, su hijo, arrumó entonces como pudo los huesos en un costal de fique y esa misma noche, en medio de un aguacero, los trasladó a la casa de su hermana María, quien para ese entonces se había mudado a un pueblo cercano, Santa Rosa de Lima. Allí hoy se encuentra enterrado, en un mausoleo familiar donde pocos saben que allí yacen los restos de un verdadero juglar y poeta de la música de acordeón.





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